El Gobierno de Juan Manuel Santos ha decidido llevar al Congreso un proyecto de ley que permita poner en consideración de los colombianos los acuerdos que se alcancen en La Habana con los criminales de las Farc, mediante un referendo ‘refrendatorio’, que más bien debería denominarse como ‘revocatorio’, dados los entuertos y desaguisados que se están cocinando allá.
Y el proyecto viene con una arandela: la de que se permita realizar dicho referendo en la misma fecha que otras votaciones del calendario electoral, como son los comicios para elegir al Congreso y el del Presidente de la República, lo que viola el artículo 104 de la Constitución Nacional, asunto que no puede reformarse mediante ley estatutaria. Pero Santos, con su aplanadora de mermelada, está dispuesto a lo que sea con tal de obtener la firma de las Farc, como esta movida con la que pretende matar varios pájaros de un solo tiro.
En primer lugar, Santos ha repetido hasta el cansancio que serán los colombianos los que aprueben el acuerdo, con lo cual él se lava las manos por lo que pueda resultar de ahí. Para el mundo, queda como el hombre de la paz, mientras que todo efecto pernicioso será responsabilidad nuestra así no hayamos sido parte activa de la negociación.
En segundo término, viene presionando a los colombianos a aprobar este referendo con una falsa disyuntiva que desde todo punto de vista es equivocada y hace inducir al error, como es ese cuento de que hay “enemigos de la paz” y que quien no quiera la paz es porque está “loco” o porque se beneficia de la guerra.
Disyuntiva que, más precisamente, hace énfasis entre la ‘paz de Santos’ y la ‘guerra de Uribe’, haciéndoles creer a los incautos que las concesiones al terrorismo dan como resultado la paz, que todos los conflictos terminan en mesas de negociación en las que hay que tragarse todos los sapos sin importar el tamaño, o que como ya llevamos muchos años en estas hay que claudicar por cansancio, que es, en resumidas cuentas, la justificación que le da a este sainete el negociador Sergio Jaramillo.
No obstante, soslayan que la ‘guerra de Uribe’ disminuyó todos los índices de violencia de forma dramática, mientras que la ‘paz de Santos’ —como ya lo acotó alguien— es un hecho que aun no se ha producido y del que hay razones objetivas para dudar de sus supuestos beneficios. De ahí que sea un tremendo engaño preguntarles a los electores, a fin de refrendar el proceso de La Habana, si quieren la paz o no.
En tercer lugar, se nos quiere envolver en huevo ese referendo, engarzándolo a los tarjetones de Congreso y/o Presidencia, y vendernos la paz con mensajes de publicidad política pagada porque lo que viene en ese acuerdo no resiste el menor análisis. Tanto las Farc como el Gobierno saben que los colombianos no están de acuerdo —en porcentajes que sobrepasan el 70% y 80%— con cosas como la participación en política de los jefes terroristas, con el hecho de que no paguen penas privativas de la libertad, con la liberación de guerrilleros presos y con regalarles curules, entre otros temas.
Si a los electores se les hace saber que la negociación es sobre la base de todas estas concesiones —y otras más— el rechazo a este proceso, en el mencionado referendo, será atronador. Y eso si lo votan pues hay que recordar que los referendos requieren una participación mínima del 25% del censo electoral, que hoy (con corte a mayo 23 del presente año) está fijado en 32.184.672 electores, por lo que sería necesaria una participación de poco más de 8 millones de votantes para que fuera válido, cifra difícil de alcanzar ante tantas dudas que genera el proceso y la arrogancia de los terroristas.
De hecho, las Farc vienen jugando a dárselas de indiferentes para no mostrar las ganas: descalifican el Marco Jurídico para la Paz, a pesar de que les asegura total impunidad, y hacen lo propio con este referendo creyendo que el país les va a aceptar la propuesta de una constituyente estamental —con curules prefijadas y no obtenidas mediante voto— en la que puedan rediseñar el Estado y la sociedad a su antojo o, cuando menos, discutir sobre lo divino y lo humano otros dos o tres años más.
Démosles gusto a las Farc con lo de la constituyente pero elegida por votación popular a ver cuántos escaños logran, si es que logran alguno. Démosle gusto a Santos con su referendo y veremos cómo el pueblo colombiano rechaza su paz, porque es preferible ejercer autoridad —aunque la llamen guerra— en pos de hacer justicia, que una paz con impunidad.
(Publicado en Periódico Debate, el 25 de agosto de 2013)
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