A medida que avanza la negociación del TLC con los Estados Unidos y entra en su etapa final, crecen los temores y también los infundios. Es hora de repetir que el TLC será beneficioso para el país en la medida en que los negociadores obren con patriotismo y logren obtener ventajas estratégicas sin entregar las áreas sensibles de nuestra producción. También debe quedar claro que una negociación de esta naturaleza deja ganadores y perdedores de la misma forma que lo hace la construcción de una nueva carretera en reemplazo de otra ya vetusta: ganan quienes ven valorizados sus predios, ganan quienes montan nuevos negocios a su vera, ganan los viajeros en tiempo, comodidad y seguridad; pierden los que mantienen negocios en una vía olvidada que nadie transita, pierden los propietarios de tierras que se desvalorizan y pierden los viajeros que deciden irse por el camino viejo. Son las consecuencias del progreso o del retroceso, si quiere verse así, pero esa es la esencia de la realidad: los cambios, las transformaciones, nada queda para siempre como está y la manera de enfrentar el cambio determina en qué bando vamos a estar, el de los ganadores o el de los perdedores.
No podemos cansarnos de repetir que la globalización —el llamado ‘Consenso de Washington’— es inevitable y que, por tanto, la dinámica económica mundial —con o sin TLC— está provocando desde hace rato, una serie de transformaciones que inevitablemente dejarán como resultado que unos sectores ganen y otros pierdan. Por eso, la realidad económica mundial exige que al interior del país se planee y se ejecute una agenda que enfrente esos procesos tanto desde el desarrollo de la infraestructura necesaria como en la orientación de la vocación productiva que más nos convenga. Sin embargo, también hay que repetir hasta la saciedad que el reto que afronta nuestro país no es solamente un problema de inserción a la economía global, no. Están de por medio nuestros graves problemas educativos; están de por medio los alarmantes índices demográficos; están de por medio los problemas de la paz; está de por medio la fragilidad de las instituciones, principalmente de la justicia, y en general la ineficiencia y corrupción del Estado. Hay muchos campos fundamentales para el desarrollo del país y el TLC —el comercio internacional en general—, es apenas una táctica propuesta con toda lógica: tener mayor acceso al mercado de nuestro primer socio comercial que es, a la vez, el mercado más grande del mundo. De manera que las voces que desde ya culpabilizan de nuestro atraso al TLC, sin firmarse siquiera, son casandras que no ven más allá de sus narices y pronostican catástrofes con doble intención.
Precisamente, los primeros perdedores del TLC son aquellos que llevados irracionalmente por sus ideologías no quieren admitir que el destino natural de nuestros productos son los EE.UU. Desde un comienzo arguyeron, asumiendo posiciones políticas arcaicas, que nos debíamos alinear con la izquierda continental (Venezuela, Brasil, Chile, Uruguay, Argentina) y mirar a Europa y a China. Pocos saben que con Mercosur se firmó apresuradamente un tratado de libre comercio que ha ahondado en su favor las diferencias de la balanza comercial entre ellos (Brasil, Argentina y Paraguay) y Colombia, y tiene arruinados a varios sectores como el de la pesca artesanal. Los otros perdedores son poderosos sectores oligárquicos que se oponen al TLC tan sólo para defender sus propios intereses, lo cual es entendible pero no aceptable; y lo peor es esa actitud mezquina de defender intereses personalistas aludiendo a beneficios colectivos que la comunidad no tiene y que les han sido negados precisamente por quienes ahora están preocupados por mantener sus privilegios.
Pero como si eso fuera poco, dan verdadera lástima algunos argumentos que se esgrimen para atrancar algunos sectores, razones llenas de doble moral y solapada avaricia. Por ejemplo, los enemigos de lo usado (y no es que se deban admitir esos productos) dicen que la ropa usada es antihigiénica, que los vehículos y repuestos de segunda son peligrosos, que los electrodomésticos remanufacturados son basura. Los pobres en Colombia (25 millones de personas) se visten con harapos usados que se venden en mercados populares de las principales ciudades, producto de lo que las clases media y alta regalan a los ropavejeros o echan a la basura. ¿Esa no es antihigiénica? ¿Y qué tal los almacenes que venden ropa usada de marca? ¿Los vehículos de segunda y el gran mercado de repuestos provenientes de carros robados o chocados, no son inseguros? ¿O es acaso basura el DVD que regalan en un banco por abrir una cuenta y que, por lo general, es un artículo remanufacturado de fábrica y, por ende, más barato?
El argumento más insólito es el que ha esgrimido el gremio de los avicultores para rechazar la importación de trozos de pollo: aunque los negociadores han decidido que sólo importarán unas toneladas destinadas a las Fuerzas Militares (de donde se deduce que algunos proveedores del Ejército se van a quedar sin contrato), ese gremio ha dicho que los trozos son de todas formas indeseables porque eso no va a llegar barato y los pobres no van a comer de ahí. Es decir, que si fuera comida para pobres no se opondrían porque los pobres no comen pollo nacional. ¿Habrase visto semejante cinismo?
La discusión sobre el TLC en todos estos meses no ha sido lo sana para el país que se esperaba, sólo un tira y afloje de privilegiados que pretenden ser ganadores de por vida y que actúan a conveniencia. No debería ser así. No saldremos de ésta si nos seguimos viendo como islas y no como individuos que conforman una misma Nación.
(Publicado en el periódico El Mundo, el 3 de octubre de 2005)
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