El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en su afán de realizar una revolución comunista en su país, se alió con malas amistades y terminó por imitar sus procedimientos. Venezuela no volverá a ser la misma aunque Chávez abandone el poder.
En los años recientes, los más diversos analistas han coincidido en señalar que el problema de la subversión en Colombia iba a terminar salpicando al vecindario, convirtiéndose en un problema regional. Ese escenario que pronosticaban es hoy ya un hecho consumado, a tal punto que los colombianos no pueden ni deben sustraerse de lo que ocurre en Venezuela, principalmente. Para los escépticos, los señalamientos del ministro del Interior, Fernando Londoño Hoyos, resultan ser meras acusaciones destempladas pero cuando un hombre serio y mesurado como Gilberto Toro, presidente de la Federación Colombiana de Municipios, dice que «Venezuela es la nueva zona de distensión de la guerrilla», la cosa cambia.
Para quienes no han sido escépticos el asunto es más grave de lo que parece, y lo es más, justamente, después de los atentados terroristas perpetrados contra el consulado colombiano y la embajada española en Caracas, reivindicados por un grupo revolucionario ‘bolivariano’ que se declara afecto al Gobierno de Chávez y a las Farc. Es más grave cuando los atentados se han producido luego de que el mandatario venezolano fustigara —en su programa Aló Presidente— al ministro Londoño Hoyos, a la canciller española, y al secretario de la OEA, César Gaviria Trujillo. No hay indicios de la existencia de grupos subversivos en Venezuela, lo que más se les parece son los Círculos Bolivarianos del presidente Chávez que, según la oposición, son entrenados por las Farc; de manera que blanco es y la gallina lo pone.
Este domingo estalló un potente carrobomba en el municipio San Francisco, Estado Zulia, frente a la vivienda del líder opositor Antonio Meleán. La semana anterior se conoció que un maletín bomba que estalló en unas oficinas de Telecom en Arauca fue armado en Venezuela, al igual que un camión con tonelada y media de explosivos que guerrilleros de las Farc —dos colombianos y dos venezolanos— iban a detonar sobre el puente José Antonio Páez. El mismo Gilberto Toro denunció lo que todos suponían hace rato: alcaldes de las zonas fronterizas aseguran que Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo, está en territorio venezolano, versión que recoge hoy el diario Nuevo Herald de Miami. Otro diario, O Estado de Sao Paulo, Brasil, denunció en días pasados que en ese país existen por lo menos tres grandes campamentos de las Farc, de entrenamiento y adoctrinamiento, lo que confirma que el virus se está propagando por toda la región amparado en la corrupción política y en las desgracias que el sistema neoliberal está causando en toda América Latina.
Sin embargo, lo que pasa en Venezuela, en comparación con Colombia, no deja de causar asombro. Allá la revolución se instaló en el Palacio de Miraflores sin mucha oposición en un comienzo ni necesidad de obrar por la fuerza, mientras aquí lleva 40 años de irracional lucha. Pero Chávez se comporta como un fascista de ultraderecha y hace todo lo que los comunistas colombianos critican: despidió cientos de trabajadores sindicalizados de PDVSA por apoyar el paro; en Colombia es difícil echar a los sindicalistas de Ecopetrol, altamente infiltrados por la guerrilla, aunque se les comprueben actos de vandalismo y sabotaje. De otro lado, la manera como Chávez ha manejado el orden público es del peor estilo militarista y represivo, tomándose hasta empresas privadas por la fuerza y hostigando periodistas y medios de comunicación. Por si fuera poco están siendo asesinados líderes opositores de manera sistemática. El arresto del principal promotor del paro nacional de 63 días, el empresario Carlos Fernández, es algo así como si en Colombia se arrestara a Lucho Garzón o a Piedad Córdoba o a cualquiera de los demás miembros del Polo Comunista. Todo eso es la muestra de lo que el comunismo internacional está dispuesto a hacer para alcanzar el dominio de esta región y de que el discurso de los Petro, los Borja y compañía es acomodaticio según les convenga.
El sueño que Hugo Chávez tenía de instaurar una dictadura castrista en Venezuela era un deseo legítimo y autónomo de ese país. Pero Chávez no sólo cometió la torpeza de mostrar simpatía por las Farc y el ELN sino que incurrió en el muy grave error de mostrarse tolerante y cómplice con unas hordas de terroristas que carecen de moral e ideología, y que incapaces de tomarse el poder en Colombia van a hacer cualquier cosa para mantenerlo en Venezuela a costa del sufrimiento de un pueblo que está acostumbrado a vivir en paz. Si Chávez llegase a caer veremos un nuevo capítulo de guerrillas en Latinoamérica: las guerrillas venezolanas. El presidente Uribe ha hecho un análisis certero: «La nación hermana (Venezuela) corre el riesgo de convertirse en sucursal de la tragedia colombiana».