La propuesta de una Asamblea Nacional Constituyente para implantar el sistema parlamentario en Colombia, no es más que una bomba de ocasión, un petardo oportunista para atravesarse no sólo en la reelección del presidente Uribe sino, incluso, (con aires golpistas) en su mismo periodo de gobierno, echando al carajo los escasos márgenes de gobernabilidad producto de los graves y múltiples problemas que atraviesa el país.
No sólo es curioso sino todo un irrespeto proponer un sistema en el que el Parlamento (hoy Congreso) ostentaría todo el poder legislativo y ejecutivo cuando, desde tiempo atrás, lo que desean las mayorías en Colombia, es que se cierre el Congreso y se elimine toda la rama legislativa, incluyendo concejos municipales y asambleas departamentales, cuya utilidad es muy discutible y sus resultados desastrosos.
Sería mejor prescindir de esta rama que nada aporta en términos reales y, por el contrario, suscita un detrimento patrimonial enorme por sus costos inherentes y por el apetito desbordado de sus miembros, dispensados además por una reelección eterna. El caso del Congreso de la República es tan execrable que no debe haber un solo colombiano que lo considere imprescindible, a menos que goce de sus gracias. Los concejos y las asambleas, por su parte, son congresitos en miniatura, y muy pocos logros, por no decir ninguno, muestran a lo largo y ancho del país.
Sorprende que los mismos que critican la reformitis del Estado ahora pretendan hacernos creer que Colombia se arregla cortando la cabeza, con una propuesta sumamente peligrosa por ser totalmente desconocido ese sistema en nuestro medio. Si en la rama judicial el cambio a sistema acusatorio se va a hacer por etapas, mientras abogados, jueces, fiscales —y hasta los delincuentes— se van amoldando a lo que todos estamos más o menos familiarizados a través del cine y la televisión norteamericanos, ¡qué tal pasar al sistema parlamentario en cuestión de meses y de la mano de los más grandes delincuentes de Colombia!
Me da mucha pena con las honrosas excepciones que hay en el Congreso de la República, que ni son muy honrosas ni son muchas, pero lo primero que se requiere para implantar con éxito un sistema parlamentario, son parlamentarios bien preparados y honestos, y de eso hay muy poco por acá. Con ellos se harían partidos no sólo fuertes sino bien intencionados, que ejerzan el poder con altruismo y no como camarillas o mafias acaparadoras que se adueñan del Estado; y que mantengan disciplina de bancada y no el voraz individualismo que alienta a nuestros dirigentes y a nosotros mismos como signo de nuestra cultura. Se requiere también que los cargos públicos sean de carrera y no de libre nombramiento y remoción, que primen los méritos y no las roscas para que los parlamentarios no sean agencias de servicios temporales.
El panorama que sugiere el ex presidente Alfonso López Michelsen es el de un Parlamento encabezado por el glorioso partido Liberal como gobiernista, reeligiendo por más de una década a su líder natural, el primer ministro Álvaro Uribe Vélez, a quien como por arte de magia le aprobarían todos los proyectos de Ley que hoy le niegan, y en un marco de absoluta pulcritud en el que los parlamentarios de gobierno y oposición han renunciado a cualquier interés malsano (clientelismo, corrupción…), y resplandecen de pulcritud.
La realidad no se parecerá en nada al ideal senil de López: a Uribe en un par de meses lo mandarán a la porra, pues el primer ministro es de quitar y poner, y lo remplazará cualquier Piedad Córdoba, Gómez Méndez o el innoble Serpa. El clientelismo y la corrupción se multiplicarán hasta volver inviable al Estado, agudizando las contradicciones como diría la guerrilla, y la seguridad hará crisis… En fin, lo menos malo que podría pasar es que no pase nada porque los problemas de Colombia no tienen qué ver muy exactamente con el presidencialismo y porque el sistema parlamentario no hace milagros como el agua de Lourdes, pero lo que se inicia con malas intenciones, mal termina, y el riesgo de esa mudanza es que, amén de innecesaria, su destino es una casa sin bases ni paredes, y con el techo lleno de polillas.
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