El narco siempre logra satanizar todo instrumento de combate de las drogas. El 22 de mayo de 1984, EL TIEMPO informó: “El Gobierno descartó el uso del herbicida paraquat en cultivos de marihuana y cocaína, pero autorizó su utilización en la agricultura (…). En reemplazo, autorizó el uso de glifosato”.
Y ese día se inició la campaña contra el glifosato, llegando a su punto más alto en 1992, cuando el presidente Gaviria ordenó asperjar cultivos de amapola con la oposición del ministro de Salud, Camilo González Posso, miembro de la AD M-19, que finalmente cedió. Hasta el expresidente Misael Pastrana interpuso una tutela para impedir esas fumigaciones. Ya hacia 1997, el barullo fue contra el posible uso de Tebutiurón; y en el 2000, contra el hongo Fusarium oxysporum. Claro, a los narcos y sus áulicos nada les sirve.
En esos años, el biólogo Jesús Idrobo se hacía la pregunta del millón: “Si se han invertido 1’300.000 litros de glifosato en Colombia en cultivos comerciales y nunca ha sucedido nada, ¿por qué se genera tanta controversia con estos cultivos ilegales?” (EL TIEMPO, 3/2/1992). Hoy nos hacemos la misma pregunta: si más del 95 por ciento del glifosato que se emplea en Colombia es usado en cultivos lícitos, sin ningún problema, ¿por qué el Gobierno busca subterfugios para no usarlo contra los ilícitos?
Ahora, si el glifosato es carcinogénico, ¿por qué el Gobierno incurrió en la misma ‘deshonestidad intelectual’ con la que actuó en 1984 en el caso del paraquat, permitiendo su utilización en la agricultura? En qué quedamos: ¿el herbicida más usado en el mundo, en toda clase de cultivos, da cáncer o no da cáncer? No seamos hipócritas, todos sabemos que se trata de una concesión más para el cartel de las Farc ordenada desde La Habana.
Si al Gobierno en realidad le importara la prevención del cáncer en la población colombiana, prohibiría cosas que comprobadamente lo ocasionan y otras sobre las que hay indicios no concluyentes. Dirá el Ministro que por eso vacunaron contra el virus del papiloma humano a las “histéricas” niñas de Carmen de Bolívar. Pero el Helicobacter pylori, presente en el estómago de más del 80 por ciento de los adultos, es una causa comprobada y las EPS solo autorizan endoscopias cuando ya pa’qué. ¿Y qué tal el tabaco, los embutidos, el asbesto, la contaminación del aire?
La entrega a las Farc llevó a ocultar un informe técnico-científico del Instituto Nacional de Salud, en el que se afirma sin ambages que el glifosato no da cáncer. Aduce el ministro Gaviria que el procurador Ordóñez incurrió en ‘deshonestidad intelectual’ al omitir las referencias al escenario de la suspensión del glifosato, pero se trata de meros argumentos circunstanciales que sustentarían una decisión política en ese sentido. Incluso, el INS señala que, para el caso, el principio de precaución no es aplicable.
En esencia, el informe dice que los estudios indican algún riesgo solo cuando hay exposición ocupacional (trabajo con herbicidas) con multiexposición a otros plaguicidas; que el riesgo para la población no se modifica en las condiciones actuales del programa de fumigaciones y que la toxicidad e impacto agudo y crónico de los precursores químicos usados para elaborar cocaína son mucho mayores que los que puede generar la exposición a glifosato. Ocultar eso sí es deshonestidad intelectual.
Es que el Gobierno nos cree tontos, una sustancia no puede ser inocua y nociva al mismo tiempo en función de si se relaciona con algo lícito o ilícito. Si los sembrados de coca aumentaron 40 por ciento el año pasado, la narcotiranía resultante de los diálogos podrá llamarse –gracias, Charly– Cocalombia.
(Publicado en el periódico El Tiempo, el 19 de mayo de 2015)
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