El acto de sabotaje del sistema eléctrico nacional cometido por el ELN en la madrugada del lunes 17 de enero, ha generado muchas y muy fuertes reacciones que hacen pensar que la guerrilla esta vez dio en el clavo. No muchos de sus crímenes han provocado tal reacción. El incendio de Machuca y los secuestros de La María, el avión de Avianca y los del club de pesca, apenas nos han causado un mínimo de repudio directamente proporcional a la probabilidad de ser ‘pescados’ en un jet o en una misa.
Sus históricos ataques contra los oleoductos no nos han dado ni cosquillas, pero lo de la última semana es algo que se parece más al miedo, y es el miedo más sensato que hemos sentido en años porque es miedo a que nos paralicen el país. Algo muy cercano fue lo que se vivió la semana anterior en Medellín, con centros comerciales completos cerrados por falta de energía, al igual que fábricas, talleres, restaurantes y demás.
Ante la gravedad del asunto, que complica aún más la dura crisis económica, es apenas obvio que veamos en ello una actitud demencial por parte de la guerrilla, una actitud que parece ir en contra de la gente pero no es así, no del todo. Si bien las guerrillas colombianas se han caracterizado por cometer barbaridades o por causar graves e inesperadas consecuencias con sus actos de guerra, es factible aseverar que ésta es la acción más honesta de las ejecutadas por la guerrilla en los últimos años.
Y lo es —aunque decirlo parezca otra barbaridad— porque una guerrilla se alza en armas para controvertir, por las vías de hecho, la política general del Estado cuando la considera lesiva del bienestar común. Eso no incluye matar campesinos, ni destruir pueblos, ni secuestrar gente inocente, pero sí atentar contra la infraestructura energética nacional —la parte más vital y estratégica de cualquier país, propiedad de todos sus habitantes—, cuando el Gobierno ha tomado la absurda decisión de venderla casi regalada y exclusivamente a conglomerados extranjeros pues al único actor nacional que tiene capacidad para comprarla —las Empresas Públicas de Medellín—, se le niega esa posibilidad de manera inexplicable.
Está bien que un gobierno implemente políticas neoliberales que en sí mismas no son buenas ni malas, pero como le dijo el politólogo mexicano Jorge Castañeda a la revista Cambio (agosto 30 de 1999), «en Europa ningún país llevó el neoliberalismo a los extremos que se han visto en América Latina. Ninguno ha privatizado tanto en Europa». Para no ir muy lejos, el diario El Colombiano, en su editorial del sábado anterior (22 de enero), cita las palabras del economista Eduardo Sarmiento cuando dice que el país perdió el correcto rumbo de la economía en los últimos 20 años al «…buscar las soluciones en la moda internacional y en las fórmulas mágicas del mercado». En eso anda el Gobierno, en la moda neoliberal, que lo lleva a privatizar todo como si el Estado fuera un negocio de comida rápida. En la fila están Isa, Isagen, Carbocol, un poco de bancos quebrados y hasta las clínicas del Seguro Social.
Esas ventas son para tapar un déficit fiscal provocado por los malos manejos de esta y otras administraciones, y para poder desarrollar programas de inversión social que podrían sacarse adelante reduciendo significativamente la corrupción y reformando realmente al Estado para que nuestros impuestos se usen en lo que verdaderamente se necesitan, no acabando con el patrimonio de la Nación. Lo peor es que se trata de una exigencia del Fondo Monetario Internacional: nos prestan para gobernarnos como les provoca.
Por eso, en la reunión del pasado jueves en Villa Paz, Tirofijo le preguntó al ministro de hacienda, Juan Camilo Restrepo, qué iba a hacer el Gobierno cuando no tuviera nada más para vender. Éste se comprometió a contestarle en la próxima reunión pero es seguro que su respuesta va a ser tan cínica como el comentario de que privatizar es bueno «porque las multinacionales pagan mejor».
El que compre a Isa e Isagen pagará mejores salarios a costa de tarifas mayores y hasta es posible que se nos prive del servicio para venderle energía a otros países de Centro y Suramérica, explotando nuestros recursos como España en tiempos de La Conquista o como lo hacía la United Fruit Company, negra precursora de las multinacionales.
Por eso, de la misma manera que apagamos la luz ayer para hacerle saber al ELN que no queremos más atentados, hay que hacerle saber al Gobierno que no estamos de acuerdo con la privatización de estos bienes porque a futuro es inconveniente, y porque ello no es útil ni para la paz ni para la reactivación económica. Lástima que, como dice el Mono Jojoy, el Gobierno no escucha si no es con los fusiles; en este caso, con la dinamita de los elenos que pone de rodillas las torres de energía y, de paso, al país entero.
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