Colombia puede hacer un Mundial digno en 2014 pero derrotando la corrupción.
El 13 de junio lamenté en estas mismas páginas que Colombia no hubiera realizado el Mundial del 86, y argumenté que tenemos algo así como un síndrome de incapacidad colectiva que nos impele a no hacer las cosas y a sacar disculpas. Por eso hay un atraso vial de 20 años que cuesta 10 mil millones de dólares remediar. Por eso el Ejército se tardó 40 años para entrar a Marquetalia, la ‘capital’ de las Farc. Por eso un proceso penal en Colombia puede tardar hasta dos décadas.
El Gobierno se lanzó por el Mundial 2014 y los detractores se dividieron en tres grupos: a) Los belisaristas, o sea los que siguen esgrimiendo esa cruel mentira -tamaño Maracaná- de que los inmensos recursos que requiere un evento de esa magnitud se invertirían en escuelas y hospitales; b) Los pesimistas, aquellos que aseguran que nos negarían la sede por el estigma de la violencia, por lo mismo que nos han negado y boicoteado otros eventos, y c) Los derrotistas, los que están seguros de que somos completamente incapaces.
De lo que aducen los primeros no hay mucho qué decir; el atraso en infraestructura habla por sí solo. En cuanto a la violencia, si por estigmatización fuera, ni los alemanes podrían organizar nada por su pasado nazi y los hechos sangrientos de Munich 72. La violencia en Colombia está en descenso: en Medellín hubo 781 muertes violentas en 2005 frente a más de 6 mil anuales en los oscuros tiempos del narcoterrorismo. Ahora la prensa internacional reconoce el cambio, nuestros índices actuales son iguales a los de cualquier país promedio. En cuanto a la guerrilla, esta se ha ido debilitando y no le conviene ejecutar actos violentos en eventos de esta índole. De hecho, en el pasado han dado su ‘aval’ de manera expresa como en la Copa América de 2001. Con todo, ningún país del mundo puede garantizar seguridad absoluta en el mundo de hoy; las principales capitales y los más exóticos sitios turísticos conocen de sobra el terror.
Acerca de nuestra supuesta ineptitud e insolvencia económica, es preciso señalar que ningún país tercermundista puede hacer un mundial con la solvencia y -perfección prusiana- de Alemania. Sólo los países ricos pueden mostrar superautopistas, redes de trenes de alta velocidad, superaeropuertos, estadios monumentales y centenares de miles de camas en hoteles cinco estrellas. De hecho, nadie espera encontrar en Latinoamérica un hotel como el Burj Al Arab de Dubai o un estadio como el King Fahd de Riyadh, con pisos forrados en tapetes persas. El nuestro sería un evento digno pero al nivel de nuestra región, con estadios como el del Deportivo Cali, que vale una quinta parte de lo que costó el más barato de Alemania.
No puede negarse, sin embargo, que el mayor obstáculo es la corrupción, no sólo por los grandes recursos que se esfuman en los laberintos del Estado sino por el conejo que nos hacen los contratistas casi por norma: como en el caso Comsa -vía Tobía Grande-Puerto Salgar-, el caso ‘relleno fluido’ del TransMilenio o el más reciente del peralte invertido en un puente de Cali. Es muy grave, por ejemplo, que la Cámara de Representantes pueda hacer un chanchullo como el de los portátiles a plena luz del día y nadie pueda impedirlo: los representantes ganan 17 millones mensuales, suficiente como para comprar uno con la primera quincena. Además, un excelente portátil vale cinco millones, no se justifica uno de diez.
Y ¿para qué un Mundial? ¿Cuánto de nuestro atraso se debe a que nunca hemos afrontado grandes retos? ¿Cuánta de nuestra estigmatización se debe a que el mundo no conoce nuestro lado ‘bueno’; recuerdan la Bogotá de "El señor y la señora Smith"?
¿Qué tal apuntarle a un Mundial para el 2022 (aunque dicen que es de Concacaf) en compañía de un país vecino -al estilo de Japón y Corea- para aliviar la carga? (¿Qué tal Venezuela?) Por ahora, el Mundial Juvenil de 2013 serviría para ir calentando el músculo.
El Tiempo, 25 de Julio de 2006