santos-ortegaEl gobierno de Santos se vanagloria de haber normalizado las relaciones con nuestros vecinos castro-chavistas, con los que el gobierno de Uribe tenía frecuentes roces a raíz de su complicidad con los narcoterroristas que cometen toda clase de crímenes contra los colombianos. Pero, a pesar de la claudicación de Santos, nuestras relaciones con esos vecinos siguen siendo tan conflictivas como en el pasado, lo que hace recordar la manida frase de Churchill, pues Santos prefirió humillarse —y con él, al país— para evitar los roces, pero lo que ha conseguido es tener ambas cosas.

Parte de esa jactancia tiene que ver con el supuesto restablecimiento de relaciones comerciales con Venezuela aunque todos hemos sido testigos de las dificultades que han tenido nuestros empresarios para recibir el pago por las exportaciones al país vecino, al cabo que aun hoy subsisten algunas deudas. Y eso no es todo: a quienes no creían que tratar de recuperar ese mercado es una mala idea les debió caer como baldado de agua fría la invitación populista de Maduro de vaciar los anaqueles de las tiendas, que a corto plazo no es más que una compra de votos —con plasmas y neveras— para evitar una derrota mayúscula en las elecciones municipales del 8 de diciembre, pero que a mediano plazo implica ya la profundización y consolidación del modelo cubano, con todas sus consecuencias, en un país que tiene graves problemas macroeconómicos.

Y las secuelas que entre nosotros tenga la debacle venezolana aun están por verse. Una cosa es que la República Dominicana pueda soportar el compartir una pequeña isla con un país tan pobre y atrasado como Haití y otra, muy distinta, que Colombia logre contener la infección mortal de ese país hermano con el que compartimos una tan larguísima como porosa frontera.

En el entretanto, sobran los divertimientos. Las conversaciones de paz se llevan a cabo en La Habana, precisamente en el terreno de ese gobierno revolucionario que tanto ha apoyado y estimulado a las guerrillas colombianas con el fin de tomarse el poder a costa de las vidas de cientos de miles de colombianos. Crímenes de los que la dictadura cubana es cómplice. Allí las Farc juegan de locales y, como se ha sabido, los delegados del Gobierno de Colombia son espiados y grabados hasta el punto de que para intercambiar conceptos han tenido que hacer recesos para venir a conversar en Bogotá.

Por otra parte, no deja de ser gracioso, si no fuera por el grado de cinismo, que los delegados de las Farc hubieran redactado un mensaje de felicitación a la dictadura de Managua por habernos arrebatado buena parte de nuestro mar territorial, cuestión que pone de manifiesto el hecho de que a las Farc poco les importa el Estado y la Nación colombianos. Eso se parece mucho al sometimiento al que el chavismo ha llevado a Venezuela ante un país pequeño y pobre como Cuba, que hoy es soberano en la tierra del Libertador.

Y mientras Ecuador es el que decide si podemos fumigar o no los cultivos ilícitos cercanos a la frontera con ese país, Nicaragua nos ha medido bien el aceite con ayuda de sus amigos rusos y chinos, tan deseosos de meterse al patio trasero de los norteamericanos aprovechando que ellos, a su vez, le han medido el aceite a un Obama errático, indeciso y cobarde que está dejando al mundo a merced de la matonería de cuantos bravucones y perdonavidas andan por ahí como esos que fuman habanos en catamaranes.

Hoy estamos más solos que nunca. Si Santos no hubiera tomado la absurda decisión de cancelar el proyecto de las bases gringas —lo que demuestra que las genuflexiones para con las Farc y sus amigos del vecindario empezaron desde el primer día de su gobierno—, los aviones rusos jamás habrían osado invadir nuestro espacio aéreo ni se andarían por estos lares del trópico con sus buques. Incluso, es muy probable que China —aunque se diga que es un empresario y no el gobierno— no se hubiera interesado en el dichoso canal de los sandinistas y que hasta el fallo de La Haya hubiese sido muy distinto.

La geopolítica no es como una mano de póquer sino como una partida de ajedrez y Santos prefirió desechar al buen árbol que nos daba buena sombra para arrimarse al esqueleto derruido del dinosaurio comunista. Lo paradójico es que de ese abrazo ‘fraternal’ surgen nubarrones que auguran la pérdida de más territorios y no se sabe a dónde vamos a llegar. ¿A un desmembramiento? ¿A la disolución del país? Tal vez lo más grave de todo es que hoy somos muchos los que tenemos ya la certeza de que este cambio de aliados que hizo Santos no fue un despiste de buena fe, ni un error inducido, ni una metida de patas sino un acto consciente y deliberado. Así que la tarea que él pretende terminar es la entrega del país o del mero territorio. Para el caso, da igual.

(Publicado en el periódico Debate, el 2 de diciembre de 2013)

Posted by Saúl Hernández

Deja un comentario