El país estaba embriagado con la esperanza de la paz, tanto que los colombianos soportaron con estoicismo el secuestro de cada día, el bombazo de cada semana, el poblado hecho añicos cada mes, las víctimas de las minas antipersona, los policías y soldados emboscados por terroristas que los superaban en armamento y número, y los muertos de toda laya: ricos y pobres, jóvenes y viejos, cualquiera que a las guerrillas les pareciera contrario a sus intereses. En contraposición, el paramilitarismo hizo lo propio en buena parte del país como para que no quedara duda de que Colombia era tierra de nadie; en consecuencia, la incertidumbre se apoderó de todos, muchos se fueron sin boleto de regreso.

Pero justo cuando más oscura estaba la noche, mientras todos los colombianos le daban un compás de espera a las Farc para que concretaran acuerdos en la mesa de diálogo, Álvaro Uribe Vélez se atrevió a condenar sin vacilaciones la actitud de las guerrillas y a señalar que era perentorio enfrentarlas con mano firme, a pesar de que la moral de las armas del Estado estaba por el piso después de varias derrotas propinadas por los subversivos.

Con ese argumento, Uribe fue elegido Presidente por un pueblo herido en su dignidad, y los resultados no tardaron en verse: las tropas fueron extendidas por todo el territorio nacional, se llevó la Policía a los municipios de donde las Farc la habían echado a bala, se militarizaron las carreteras… En cuestión de meses bajaron drásticamente todos los indicadores de violencia: los secuestros, las extorsiones, los asesinatos, las tomas de pueblos, las emboscadas, etc. Y volvieron la confianza, los sueños de futuro, las ganas de trabajar por Colombia. Los ciudadanos, que estaban prácticamente sitiados en las grandes urbes, se tomaron las carreteras en los festivos, para volver al campo y a las playas, en caravanas interminables vigiladas por los héroes de la Patria.

La guerrilla se metió a lo profundo de las selvas -y de países vecinos- a la espera de que pasara el ‘chaparrón’ de Uribe, y entonces se hizo necesaria la reelección, que, en palabras de Íngrid Betancur, ha sido la peor desgracia para las Farc porque la guerrilla esperaba un movimiento pendular de otro gobierno que abortara las políticas del actual presidente. El pueblo colombiano votó masivamente por la continuidad a pesar de algunas críticas contra el Gobierno según las cuales la guerrilla estaba intacta y no se había capturado ni un cabecilla.

No obstante, el Gobierno obró con perseverancia, confiado en que era cuestión de tiempo. Ya las deserciones habían empezado a minar a la guerrilla y se les interrumpió el contacto con los campesinos, el suministro de alimentos y hasta las comunicaciones. El Ejército ocupó zonas que la guerrilla controlaba desde hacía 40 años.

Hacia finales de 2006, la guerrilla de las Farc se reventó. El 31 de diciembre, el hoy canciller Fernando Araújo se escapó -en medio de un bombardeo- del campamento en el que estuvo secuestrado por más de un lustro. Meses después se les escapó el policía John Frank Pinchao y luego empezaron a caer cabecillas: los alias ‘JJ’, el ‘Negro Acacio’, ‘Martin Caballero’, ‘Raúl Reyes’, ‘Martín Sombra’, ‘Iván Ríos’, ‘Manuel Marulanda’…

Pero el golpe que nadie esperaba ocurrió el miércoles pasado, cuando el Ejército les arrebató a las Farc sus joyas más preciadas en un acto de prestidigitador que demuestra nuevamente -como en el caso de Emmanuel- que las Farc son un enfermo terminal que acusa una muy avanzada pérdida de sus facultades. Ya había dicho Napoleón que «La victoria pertenece a quien más persevera», y a fe que Uribe no ha dado su brazo a torcer hasta el punto de desmovilizar a los paramilitares y devastar a las guerrillas. Por eso no debe extrañar a nadie que en la apoteosis de su mandato -con seis años en el poder- cuente con un apoyo del 90 por ciento de los colombianos y se pueda sentir optimismo por el futuro de Colombia. ·

Publicado en el periódico El Mundo, el 7 de julio de 2008

Posted by Saúl Hernández

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