Todos deberíamos marchar el 6 de marzo porque todos repudiamos a los ‘paras’ y sus crímenes. Pero así como la marcha del 4F se presagiaba multitudinaria, la del 6M se vislumbra raquítica, porque, en realidad, no es una manifestación contra los ‘paras’, ni es para solidarizarse con sus víctimas, sino que es un acto de reivindicación política promovido por esos activistas que, a diferencia de las inmensas mayorías, no ven en las Farc el peor problema del país sino que, incluso, las consideran como la solución.
Desde el momento mismo en el que la organización de la marcha del 4 de febrero alzó vuelo, parte de la izquierda enfiló hacia allá su miope artillería creyendo que la indiferencia seguía siendo la norma. Y, no advirtiendo la indignación y el cansancio, el cálculo les salió muy mal. Como sería muy extraño que en un país tan pobre las élites fueran esa inmensa mancha blanca de la 72 con Séptima, propalaron a tiempo la versión de que la marcha era incitada por los medios de la oligarquía, al tiempo que el aparato de prensa chavista (verbigracia Telesur) se atrevió a tapar el sol con el meñique. Y no contentos con el descalabro, ahora podrían enfrentar otro mayor que interpretarían como una prueba de que este país es un «régimen narcoparamilitar» que respalda los «crímenes de Estado» y el baile de las motosierras.
La marcha del 4F no se incubó de la noche a la mañana ni es un cibermilagro de Facebook. Es el más reciente capítulo del ‘No más Farc’ que vienen gritando los colombianos hace décadas, pues más claro no puede ser que aquí no hay terreno fértil para febriles revoluciones marxistas. Las Farc nunca lograron el apoyo popular ni se ganaron el remoquete de ‘ejército del pueblo’, porque en su torpe ignorancia, tratando de sumarle contradicciones al sistema, los subversivos le sumaron contradicciones a su propio proyecto político-militar con esa brutal estrategia de intentar convencernos -mediante terrorismo ‘puro’- de que como el Estado no era capaz de defendernos de ellos la solución era dejarlos ser el Estado. Esa fue su perdición.
Y la sociedad ha venido manifestando su repudio desde hace rato. Esperanzados, la elección de Andrés Pastrana fue un ‘no más’ por las buenas. Indignados, tras la burla del Caguán, la elección de Uribe fue un ‘no más’ por las malas. Y ya hastiados, la marcha del 4 marcó el punto de no retorno. Pero además, el 4F tuvo dos pilares fundamentales: el uno, esos magníficos jefes de debate que son Hugo Chávez, Piedad y las mismas Farc con sus atrocidades; el otro, la caída de los sofismas y los mitos de la revolución: que el Estado no los puede vencer, que sus crímenes son altruistas, que la negociación es la única salida del conflicto…
En cambio, el 6M no es que carezca de propaganda sino que, a pesar de las fosas y todo lo demás, está el atenuante de la desmovilización; con los cabecillas y los políticos cómplices en la cárcel. Y como los colombianos consideran que los ‘paras’ son un subproducto de las guerrillas ante la ausencia del Estado -no como el resultado de una oligarquía reaccionaria sino de toda una sociedad que rechaza el comunismo- es redundante convocar una marcha contra un actor que ya está al margen de la contienda y que se considera totalmente ilegítimo y sin ninguna autoridad para remplazar a las instituciones.
Ese ‘no más’ a los ‘paras’ está implícito en el respaldo dado a la seguridad democrática y en la aceptación y credibilidad de las Fuerzas Armadas y de Policía, además de otras instituciones de ese Estado al que se quiere acusar de criminal en la marcha del 6 de marzo. De manera que mientras las mayorías le apostamos al fortalecimiento de la institucionalidad, algunos pretenden hacer un juicio que no es más que un pulso político entre el modelo totalitario que quieren imponernos y la democracia que somos. Esa comparación de fuerzas es precisamente lo que está en juego en estas marchas. ·
Publicado en el periódico El Tiempo, el 19 de febrero de 2008
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