No es muy decoroso que la oposición siembre dudas sobre la legitimidad del gobierno de Álvaro Uribe Vélez para afectar la gobernabilidad de un periodo que puede ser determinante para el futuro del país. Lo vienen haciendo desde hace cuatro años, cuando aseguraron que su triunfo había sido producto de la presión paramilitar. Luego, bautizaron su amplia favorabilidad bajo el mote de ‘embrujo autoritario’ y ahora pretenden explicar su reelección con base en supuestos fraudes y abusos de poder.

Ya está bien que la izquierda y el oficialismo liberal irrespeten a las mayorías sólo porque sus discursos no convencen y sus líderes no despiertan tan grandes simpatías. Estas mayorías no han votado dos veces por Uribe empujadas por fusiles ni motivadas por dinero, ni le mantienen su apoyo por conjuros mágicos. No hay tal efecto ‘teflón’ ni explicación freudiana posible. El pueblo está muy por encima de sus dirigentes, como decía Jorge Eliécer Gaitán, y ya está muy crecidito como para poder distinguir el camino que le conviene. Basta ya de pseudointelectuales que tratan de imponer su visión con base en corrientes políticas obsoletas y contra toda evidencia de lo que señalan las tendencias mundiales.

El hecho de que estemos en una democracia no les da derecho de torpedear todas las políticas de un gobierno que tiene un respaldo abrumador. Por el contrario, los obliga a respetar el deseo de las mayorías y adoptar una posición madura que fortalezca la democracia y los haga ver como una verdadera opción de poder y no como unos niños caprichosos y malcriados que protestan por todo.

La izquierda debe reconocer que esto no es Venezuela y que Uribe, a diferencia de Chávez, no se ha arrogado todos los poderes del Estado para atornillarse en el puesto ni ha amordazado a los medios de comunicación ni ha perseguido a sus opositores. Esto no es Cuba y Uribe también está lejos de parecerse al dictador Castro, aquí hay toda clase de checks and balances; palos en las ruedas o vacas echadas en la mitad del camino que apenas dejan al mandatario hacer lo que pueda, no lo que quiera y, muchas veces, ni siquiera lo que debe hacer.

En vez de estar entorpeciéndolo todo, la izquierda debería dejar hasta la última gota de sudor en la camiseta para convencer a las guerrillas de dejar las armas. Ese doble juego de hacer política mientras mantienen una posición ambigua ante la subversión armada no les queda bien y les impide ser poder; mientras existan grupos guerrilleros en Colombia, la izquierda no es ni puede ni debe ser opción de poder.

Tampoco será una opción real mientras no modernice su discurso y su actitud, esa izquierda antediluviana que aún habla de abolir la propiedad, estatizar la producción y minimizar las libertades, que no se parece en nada a la izquierda moderada de Lula o a la democristiana de Chile…

Las elecciones del domingo le dieron el entierro definitivo al bipartidismo tradicional. Conservatismo y liberalismo ya no significan gran cosa, será difícil que en el futuro cercano surja un mandatario de uno de estos partidos. En la balanza queda una coalición de izquierda y el resto, una de centroderecha o de derecha a secas, si se prefiere. Pero Colombia no dará ese aparente giro a la izquierda que otros han dado sólo por influencia regional o por odio extremo a los Estados Unidos. Ya es hora también de que nos bajemos de esa nube y dejemos de culpar a otros de nuestras desgracias.

No más odio de clases azuzado por agitadores de estrato seis que no quieren aceptar que el pueblo colombiano eligió y reeligió a Uribe porque representa sus deseos y hace todo lo posible por cumplir las promesas. Recuerden una regla de las democracias: las minorías reconocen a quien obtenga la mayoría. Hay que ser objetivos y respetar la voluntad soberana de más de siete millones de electores. La oposición tiene el imperativo de ser una fuerza reflexiva.

Publicado en el periódico El Tiempo, el 30 de Mayo de 2006

Posted by Saúl Hernández

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